1.6.11

Sin embargo, si el espectador detiene la mirada y el corazón en cada una de aquellas tumbas, cambia completamente el paisaje de la abyección, porque le permite imaginar en cada hueco una vida malograda y frustada: aquí quizás yazca una persona que, en plenitud del vigor y la creatividad, presentía una carrera profesional prestigiosa y útil...; aquí una madre muerta con el corazón dolorido por la suerte de unos hijuelos arrancados de un regazo aún fértil y acogedor...; allá -cercanos- un matrimonio que, tras sortear los múltiples avatares de una larga existencia, esperaba con sosiego el envejecer juntos...; más allá, a una joven le abortaron los sueños de un próximo matrimonio y de fundar una familia feliz...; más allá todavía, el cuerpo inerme de un niño o una niña que aún parece conservar, helada, una sonrisa ingenua nacida de una vitalidad en expansión...; Si se suma el conjunto de ese dolor oculto y escondido, más la ignominia, se obtiene el genuino sufrimiento y la barbarie de los campos de concentración...

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